un par de brazos que
me rodearan cuando
en un rincón
o sobre la cama,
de mi infantil y frágil
cuerpo de niño nacieran
lágrimas.
Unos labios que besaran
las húmedas mejillas cubiertas
por la inocente piel en mi
rostro,
unos hombros que soportando
las raíces del retoño que
brotaba,
lo encaminarán y guiarán por
el jardín que es la vida.
Que le mostrarán cuando beber
de la lluvia y cuando abstenerse,
a cuidar sus pétalos y vástago
que los sostiene,
que su amor no se marchitase
ni condicionará cuando
de nutrirme fuera tiempo.
La voz de un hombre,
al que con la mía dulce
contestara:
Gracias por todo,
por no irte,
por ser mío.
Gracias papá...